sábado, 26 de septiembre de 2015

Cuento: Una salida


-No te equivoques. Fue lo último que me dijo mientras salía del lugar y se llevaba todo lo que sentía.
¿Por qué tuvo que ser cruel? Lo único que he hecho es quererle.

Ráfagas descontroladas de recuerdos y un sentido de culpa y tristeza de ser quien soy me embargan. ¿Soy demasiado poco? ¿He pedido mucho? Solo un poco de amor es lo que pido, porque le he querido realmente.

Salgo del bar, pues ya nada me convence: ni la música, ni el canto de la mujer en llamas, ni la fuerza de esa alegría conjunta. Me dirijo por el camino de siempre, el más escondido y triste, y se me hace indiferente la lluvia, la noche, el cielo lleno de estrellas, la luna, el universo; todos testigos de la derrota de alguien que ama.

Miro mis brazos tratando de hallar la vena que transporta los sentimientos queriéndola romper pero es una locura. Camino permitiéndome llorar: los hombres lloran y a los hombres les rompen el corazón. Me detengo en donde siempre procuraba cruzar rápido, en el lugar donde salta el recuerdo de la pérdida de mi padre. Quizás él tuvo más suerte en esto del amor, pienso. Ahora supongo que debo ir al puente y lanzarme o ¿sería muy loco?

Todos dicen que el amor es para los valientes, yo pienso que el amor es para los afortunados. El amor me ha hecho cuestionarme de existir, me ha puesto en mi propia contra. Desde niño he sentido que el amor daña. He buscado respuestas que no existen.

Llego a mi casa y veo que me saluda quien siempre me amó y le abrazo con mucha fuerza, le entrego mis alas, le convenzo de que puedo amar. Mi madre me dice que me ve triste.

-¡El amor te jodió hijo! –Susurra mientras toma mi cara y me limpia los ojos, los labios, el dolor, el amor no correspondido, la soledad, me limpia la pérdida, y el fracaso.

-¿Siempre estuviste hablando tan bien del amor y hoy reniegas de él? –Me dice, mientras siento que la respuesta no existe, que la inmensa pena es tan profunda que solo hay una salida.

Salgo corriendo a buscar mi guitarra y siento venir la felicidad, justo ahí en los acordes de mi pasión. Se acabaron las plegarias al cielo, ya he tenido suficiente.